Alexander McQueen era una singular estrella en el firmamento de la
moda. La palabra performance se asociaba con frecuencia a sus espectáculos de
pasarela y el séquito que lo rodeaba poseía un temperamento similar, uno que
oscilaba entre lo extraño y lo atractivo.
Entonces, que las personas que asistieran al servicio que conmemoraba
su muerte resultaran igual de llamativas no era para extrañarse. Sin embargo,
ese día, en tan emotivo acontecimiento, emergió una mujer con zapatos
esculturales, dramáticos y surreales, y un velo que remataba en una especie de
sombrero curvo. Toda de negro, como una viuda de otro mundo, con un aura de
melancolía y una imponencia difícil de digerir.
Esa mujer era Daphne Guinness, una criatura extraña y extraordinaria,
tildada comúnmente de excéntrica, de quien se burlan en los aeropuertos y que,
en primera instancia, muchos asociarían con Lady Gaga. Pero Guinness antecede a
la estrella desde hace muchos años, con el sofisticado hábito de coleccionar
alta costura y deslumbrar con sus indescifrables, majestuosos y muchas veces
sombríos atuendos.
Guinness es una mujer madura y heredera literal del apellido que posee.
Muy joven se casó con un Niarchos, hijo del multimillonario empresario naviero,
con quien tuvo un turbulento divorcio hace unos años.
Cuando aún estaba casada y tal y como dan testimonio las fotografías de
entonces, en la dama era evidente un interés por la estética, pero con los
años, y luego de zafarse de los límites matrimoniales, Guinness parece haber
resurgido como lo que es: no sólo como esa criatura salvaje, tal como la
denominó Guy Trebay de The New York Times, sino como una mujer cuyo cuerpo es
un territorio desde el cual afirmar qué significa ser una mujer visible para el
mundo, qué límites y poderes alcanza, qué creatividades e indulgencias puede
concederse a sí misma sin parecer otra cosa que una señora con mucho dinero y
gusto por la excentricidad extrema.
Guinness, a quien es posible leer en Twitter, por ejemplo, siempre
exhibe un humor ligeramente melancólico, oscuro, pero al tiempo perspicaz y
agudo; su aura, no obstante, la hace parecer, como en aquel servicio, una viuda
eterna. En esencia, ella conserva los matices más puros de la moda verdadera
donde la imaginación traza los retazos de su capricho.
SOBRE ELLA
Como una reconocida socialité y, además, como todo un emblema de
disidencia en el ámbito de la moda, Guinness atrae todo tipo de miradas y
admiraciones. Fue ella quien compró toda la extraña colección de ropa y
sombreros de la desaparecida Isabella Blow –descubridora y amiga íntima de
McQueen-. Más allá del perezoso estigma de excéntrica, Guinness es una criatura
autorreflexiva con un temperamento a veces melancólico y con una postura
estética que refleja hondas representaciones sobre la feminidad.
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